El cantar de la chicharra

26.11.2015 17:16

EL CANTAR DE LAS CHICHARRA

Que se queman los lugares,

los azules olivares,

los dormidos encinares

y las viñas y las mieses, y los huertos,

bajo el hálito encendido

que desciende desprendido

como plomo derretido

de este sol abrasador de los desiertos.

 

Se han dormido las riberas,

y las gentes de las eras,

y las moscas volanderas,

y los flacos aguiluchos cazadores;

se han dormido en la hondonada

la pacífica yeguada,

la domestica boyada,

los mastines, el rebaño y los pastores.

 

Fuego radian los jarales,

y los grises pizarrales,

y los blancos pedernales,

y los líquenes de oro de los canchos;

se platean los rastrojos,

se requeman los matojos,

se retuercen los abrojos

y se azulan los aceros de sus ganchos.

 

¡Todo ha muerto en la comarca!:

hierve el agua de la charca

que el ijar del toro enarca

y acentúa de la alondra las congojas;

vibra el aire en la colina,

zumba el tábano en la encina

e hipnotiza la retina

las metálicas quietudes de las hojas.

 

La extensión indefinida

de la tierra empedernida

pierde el tono de la vida

que en el seno sólo vive de la idea…

Es el sueño de un despierto,

es la calma del desierto,

es un vivo mundo muerto…

¡Es la ardiente Extremadura que sestea!

 

Y la aduermen estas notas

mono arrítmicas que brotan

de la pobre lira rota,

que la reza bajo el palio de la parra,

y el unísono rasgueo,

y el isócrono goteo,

del monótono cantar de la chicharra.

 

Vete lejos, linda Andrea,

que el bochorno me marea,

me emborracha, me caldea,

me pervierte los sentidos perezosos…

Vete lejos, criatura,

que en tus labios hay frescura

y en mi sangre calentura,

y en mi mente sueños árabes borrosos…

 

Muchachuela: no son ésos,

no son risas, no son besos,

son más graves embelesos

los que encantan mis ardientes melodías…

Sonsonetes de chicharra,

sombra fresca de la parra,

agua fría de la jarra,

dulce holganza y uniformes canturías…

 

Hondamente enervadoras,

blandamente abrumadoras

las quietudes de estas horas

se recuestan en el lecho de mi mente,

el espíritu abatido

que las vive adormecido

va rumiando su sentido

gravemente, suavemente, lentamente…

 

¡Vete y vuelve, muchachuela,

que me dejas una estela

de frescura que consuela

cuando pasas, cuando pasas a mi lado!

¡Trae la jarra, trae la jarra!

¡Que se calle la chicharra!

¡Que las hojas de la parra

mueva el hálito del céfiro encalmado!

 

¡Pero no, que el fuego es vida;

y bajo esta derretida

lumbre roja desprendida

de ese sol abrasador de los desiertos,

vida incuban los lugares,

sus azules olivares,

y sus viñas, y sus mieses, y sus huertos!

 

Y entretanto, lira mía,

tú con bárbara armonía

de chicharra, dile al día

los contrastes que me brinda la fortuna;

de mañana, brisa y parra;

en la siesta, la chicharra,

y a la noche la guitarra,

las muchachas, los ensueños y la luna…

 

 

 

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